Autodidacta genial. Solía repetir que los guitarristas no necesitan estudiar para evitar que la teoría limite su imaginación.
Su guitarrística siempre fue un género muy particular movido por la pasión, la locura y la sofisticación.
Paco creaba en el escenario un torrente de energía que producía escalofríos en el alma y se murió del corazón porque éste ya no le cabía en el pecho.
Decía, además, que siempre había que investigar y componer para sorprender al público y así lograr que las minorías se vuelvan multitudes.
Como Mozart, se inició desde muy niño en la música. Y con apenas doce años, viajó por primera vez a Estados Unidos contratado por el bailarín de flamenco José Greco para tocar como tercer guitarrista de la Compañía de Ballet Clásico Español.
Sus preferencias vitales, además de la música flamenca, eran éstas: platos donde se usara la cuchara, el vino tinto, cualquier libro de Oscar Wilde y ningún libro de filosofía para no perder el sentido del humor.
Nuestro país tiene una enorme deuda con Paco de Lucía. Fue él quien introdujo y popularizó el cajón peruano en la música flamenca y en España.
Fue merecedor incuestionable de grandes galardones: Premio Príncipe de Asturias de las Artes en 2004, Premio Nacional de Guitarra, Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes, ganador de un Grammy, etc. Pero el mayor premio que logró en su vida fue el premio de nuestros corazones otorgado por los fanáticos de su música.
Tocó con figuras venerables de la música como Carlos Santana, Pedro Iturralde, Chick Corea, John McLaughlin, Al Di Meola o Larry Coryell y grabó el "Concierto de Aranjuez", de Joaquín Rodrigo. Pero, si con alguien se sintió verdaderamente a gusto, fue con su amigo Camarón, con el que grabó nueve discos, entre ellos, el inolvidable "Potro de rabia y miel".
El jazz se le escapaba por los dedos y sólo le faltó tocar con los trompetistas Miles Davis o Louis Armstrong. Quizá, en este momento, debe andar buscándolos allá arriba, desde donde gotea la armonía, para divertirse juntos en un “jazz sesión”.
Adiós Paquito, te quedas en tus discos y CDs., y en los pliegues de nuestra memoria. Lástima que ya no podamos volver a escuchar cosas nuevas de ti.
Te vas pero se queda tu música.